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domingo, 14 de febrero de 2016

Soren Peñalver: Crítica en la Opinión de Murcia

Soren Peñalver: El estilete fluente 
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Antonio Aguilar Rodríguez. 

Utilidad de la belleza 

PARCO EN PUBLICAR Y MUY ESPACIADO,Antonlo Agullar Rodríguez. poeta culto y verdadero, ha preferido durante su prolongada juventud dedicar su precioso tiempo a su formación, la lectura omnívora, el trabajo diario, la atención y entrega a los otro, a los suyo, Y ahora que su reciente libro de poema, La noche del incendio (Huerga Fierro Editores. Madrid, 2015), no por azar, llega a mis manos, reparo de nuevo (nunca tuve duda) en la calidad expresiva de la poesía aguilariana y en el intelecto exquisito, escogido, y ni actualista ni tópico, sino intemporal y universal de Antonio. La noche del incendio estaba destinado a llegar a mis manos, pues nada más abrir sus página, un nombre querido y admirado hace acudir a mi memoria los lejanos y placenteros recuerdos de otra vida que nunca siento del pretérito muerto, Katheleen Raine, sin saberlo Antonio, me parece, fue amgia de Clara Janés, Rafael Martínez Nadal (el amigo de García Lorca) , y de un servidor, muy joven y perdido en el Londres de los años setenta del pasado siglo, Kathleen Raine (1908-2003), junto con el poeta sueco Gunnar Ekellif (1907- 1968), son a mi parecer y de muchos lectores europeos, los poetas maestros para la andadura del siglo XXI, por su condición espiritual y conocimien to del sufismo.
Antonio Aguilar Rodriguez, tras con el sabio 'conocimiento sin allá enseñanza' de los sufíes, nos regala este breve poema de su mencionado libro: 

Leo el poema en la espesura  de la noche blanca, 
toco sus versos, con los dedos sucios
rozo la imperfección, 
la mancha en el papel, el desaliento del linotipista.

Letras dispersas sobre signos blancos.
Es la propia blancura de la noche,
lo que arde entre mis manos.

(La noche blanca, página 38)

Acaso sea este libro último de poemas donde Antonio abra al conocimiento del lector una realidad que está más acá de lo meramente aparente; de una cotidianidad que nada tiene en común con el paso indiferente del tiempo.
Me das los buenos días y abres de par en par 
las venecianas. Entra la luz,
A la hora del café
desayunamos luz. 
 (pág. 31)

Trascendencia de lo cotidiano. Sin embargo, Antonio Aguilar, su poesía, es, son, a través de ese aparente grafito estético y original visible en el frontón de su poética "dispersas letras y signos blancos", un más allá, oculto en el aquí, que es interior y exterior, lo que llamamos en definición de la gran Kathleen Raine the use of the Beautiful («la Utilidad de la Belleza»). Sí, el utilismo imprescindible a cada instante de la belleza en cada acto nuestro, para los demás y para nuestro alimento necesario.  
La realidad de la poesía aguilariana es del estilo de otro gran poeta, Robert Frost (1874- s 963).  El vate norteamericano, hace exactamente noventa años atrás distinguía dos tipos de realidad: el que para demostrar que es real ofrece una buena cantidad de tierra con la patata y el que se contenta presentando la patata sin tierra. Frost se decía pertenecer a este segundo tipo... Criticaba así, encubiertamente, el catastrofismo realista tan explícito que iba apoderándose de la literatura norteamericana de la época. Y su conclusión quedó perfectamente clara: «Para mí, lo que hace el arte por la vida es limpiarla para revestir la forma». La demasiada cotidianeidad de la poesía sólo interesa al lector simple. Y no hay que confundirse con algunos poemas que, en apariencia, parecen decir lo que de inmediato exponen. Admiración absoluta ante este poema que alberga un misterio en su mínima presencia: 
Ella compró dos tazas para el desayuno. 
Iban envueltas en papel 
como el mejor de los regalos. 
Sobre la mesa, en la cocina, 
una mañana de domingo. 
Que nada las rompiera. 
Se dijo. 
Que nada las rompiera. 

(Desayuno, pág. 39). 

Es La noche del incendio el libro de Antonio Aguilar Rodríguez que se apoderó de toda la utilidad de la belleza para dárnosla a sus lectores con el desprendimiento del verdadero poeta. 





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