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domingo, 14 de febrero de 2016

Pedro Gascón: Presentación en Albacete


LA NOCHE DEL INCENDIO de ANTONIO AGUILAR


http://www.lagallaciencia.com/2015/06/la-noche-del-incendio-de-antonio_22.html

 La noche del incendio Antonio Aguilar Ed. Huerga&Fierro, 2015.

 Más que de la noche, deberíamos hablar de su incendio. La propagación de las llamas ilumina la noche comenzando el nuevo despertar, su nueva amanecida. Porque La noche del incendio habla de las mañanas limpias, hogareñas, con olor a café recién hecho, mirada cristalina y amor... mucho amor. Arde la noche en su calma. Llega la mañana devorando a los perros y azuzando a las sombras.

 Queda la mañana límpida de llamas. En ella se dan un abrazo la reflexión, el orden y el amor. Pese a todo, la noche aún da de beber ceniza / al sediento, a ese ser reflexivo con la vida a través de la mirada.

 Y es que, Antonio Aguilar, es de esos poetas que observan los detalles, las pequeñas cosas llegan a ser divinidades que alimentan el poema, para devolvernos, a través de sus palabras, lo más nimio como algo universal y a la vez humano, muy humano:

 Es la manera de guardar el equilibrio,
 mientras el universo gira imperceptible
y tiendes las constelaciones
con apenas un movimiento de tus brazos.

 Posee este poeta, esa herencia de los poetas levantinos tan en posesión de la luz y los días que el Mediterráneo baña, llenando de blancura los versos, de calidez el ritmo y de vaivén las voces del pasado que hacen de la verdad su ausencia y un llanto de dolor por dolor, porque se sabe humano y así, se duele y se llora, y se ama y se siente. Mientras, esa luz meridiana de herencia antigua que rodea al poeta, recorre la habitación para traernos sabores elegíacos de infancia en blanco y negro:

 Tienes diez años
y aún no hay sombras en el blanco y negro
de las fotografías.

 Pero no es la elegía y su canto triste el fruto más sabroso de esta noche del incendio, pues tiene esta  nocturna llama más de celebración y canto a la vida, en las cosas cotidianas (abres de para en par las
venecianas) y en ese Tempus fugit que desgrana las horas como una rojiza granada entre las manos. Tiempo volátil y fugaz, sí, pero vivido con intensidad y vitalismo.

 En estos tiempos de pseudopoetas superventas y poemas sin apenas mensaje, cordura y entendimiento, sorprende, y a la vez agrada, encontrarnos ante un libro de lenguaje cercano y fresco y a la vez un toque clásico, en donde tienen cabida endecasílabos que recuerdan en su sonoridad a los hombres del Renacimiento y a las figuras de la mística (En mitad de la noche abro los ojos, / busco en la sombra algo de luz, un rastro). Quedan vestigios en los versos de este poeta para recordar a los mitos antiguos y olvidados por el hombre actual. A través del incendio de la noche y el nuevo despertar, deambulan Perséfone, Orfeo, el Hades... Por ello, agradecemos a este autor, traernos el recuerdo de estos padres de lo que fuimos, y de lo que somos, asomados esta vez a la escritura de sus versos y al umbral de la memoria de los hombres para que en mitad de la noche nos abran los ojos y prendan el deseo.

 Una luz meridiana

Entra despacio. Es una luz
del alba sobre el cielo raso y vívido
de nuestra habitación, tal vez la música,
la aurora de las voces despertándose
de otra alba, de otra noche.
                                           Ahora es sólo una palabra.
Dame tus manos. Hace frío. Un largo
invierno se desliza en la contraventana.
No es un exceso de realidad
cuando me tocas, al contrario está
en su justa medida,
como ahora todo, parte por parte.

 Calientas agua en la cocina.
La noche aún da de beber ceniza
al sediento. Recuerdas esta luz,
porque esta luz de la mañana es un recuerdo,
con su celebración, la luz del alba
pasto de la verdad y de la ausencia
de las sombras.
                            Cuánto dolor
y cuánta gratitud también,
cuánta canción al aire,
y cuánta reverberación.

 De pronto tienes diez años,
vagas con la sonrisa desdentada,
con los vaqueros rotos y ese suéter
al que dio forma poco a poco la voluntad del frío,
las manos de tu madre.

 Tienes diez años
y aún no hay sombras en el blanco y negro
de las fotografías.

 Como ahora, bajo esta luz,
una luz meridiana,
la cosa más sencilla,
también sobre el papel
o sobre el lienzo de aire,
o como la inocencia,
una rama de sol golpeando el alféizar.

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